Foto: El Horizonte

 

Utilidad e inutilidad de las marchas

Hace cosa de 90 años, cuando el partido Nacional Socialista llegó al poder en Alemania, hubo división de opiniones. Los unos, los que votaron a favor, estaban convencidos de que gracias al nuevo gobierno, con sus propuestas económicas y de mercado, la nación germana volvería a ser grande; los marginados, los judíos, los extranjeros, los gitanos y cualquier otra minoría, estaban aterrada pues el discurso de xenofóbico, racista, fundamentalista y de odio así como las acciones en contra de ellos, se tornaban cada día más agresivos.

En otras latitudes, hubo llamados de atención, señalamientos, declaraciones del peligro que se avecinaba pero cayeron en oídos sordos. Intelectuales como Martín Heidegger, James Joyce, Winston Churchill y otros levantaron la voz, pero se les tachó de fatalistas.

Tanto el gobierno francés como la corona británica, estrecharon lazos con el gobierno Nacional Socialista alemán y pactaron acuerdos, desatendiendo a las voces que claman por justicia o por lo menos por precaución. Estados Unidos, bajo el gobierno de Franklin Delano Roosevelt ni se inmutó, pues tenía la gran crisis económica en casa y era más importante atender a los desempleados, que voltear los ojos a Europa.

Menos de una década después, todos estaban enfrascados en la Segunda Guerra Mundial y pocos entendían cómo había sido posible; cómo no vieron crecer el peligro.

Hoy en día, existe un paralelismo más o menos equivalente con lo que está surgiendo hoy en día con el gobierno fundamentalista de Donald Trump y las marchas en 21 ciudades mexicanas y en otras semejantes en diferentes latitudes del mundo.

Son palabras que se ahogan en contra de la voluntad de sus propios gobiernos.

Marchas como la que sucedió el domingo 13 de febrero en Morelia y en otras poblaciones del país se tornan inútiles mientras el gobierno de Enrique Peña Nieto y su séquito, encabezado por Luis Videgaray, sigan agachando la cabeza, no teniendo un plan estratégico, sean lentas sus respuestas y siempre malas, ante un gobierno como el de Donald Trump.

Que México y el mundo marchen en contra del presidente de los Estados Unidos es de una futilidad asombrosa. Siendo como es, el hombre más poderoso del mundo, lo que diga la población mundial le ha de hacer cosquillas. Las marchas deben ser en contra del mal gobierno de nuestros países para que dejen de someterse a la voluntad americana.

¿Qué, acaso, solo Estados Unidos puede poner boicots comerciales, aranceles, impuestos y amenazas a productos extranjeros? ¿México no puede hacer lo mismo? ¿Por qué no volteamos al sur, que también existe, y comercializamos todos nuestros productos con América Latina? ¿O con Asia? El gobierno no lo hace porque está sumido y sumiso ante el poder de Donald Trump.

Recordemos que perro que ladra no muerde; pero si le damos la mano, nos dejamos y hacemos como que somos buenos vecinos, por supuesto que nos va a morder. Como Alemania mordió Europa en los años 30 del siglo pasado; como ahora, Trump y sus bravatas globales. Todo parece indicar que es el eterno retorno de Friedrich Nietzsche.

Pero esto es tan solo mi opinión.

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