Por Raúl Ross Pineda*

La organización social y política de los mexicanos en Estados Unidos es un tema que ocasionalmente abordan algunos académicos en trabajos escritos, en su mayoría en inglés, que se producen principalmente para el consumo escolar.

Lo curioso es que poco o nada se hable de este asunto entre los propios activistas mexicanos en EU, quienes son los actores directos que más influyen en la situación que guarda. “Eso es cosa de los intelectuales”, sería la justificación de algunos, rematada con un: “nosotros no necesitamos estudiar esas cosas para saber que hay que organizarnos”.

Este empirismo que parece natural en muchas personas tiene sus desventajas; aunque también hay razón cuando se dice que no necesitan ser expertas en materia de organización para tener la capacidad de percibir la necesidad de tal organización para perseguir sus intereses colectivos o incluso personales.

Cabe mencionar que nadie nace con esto que podríamos llamar instinto organizativo, sino que este se desarrolla a partir la experiencia social a que cada quien ha sido expuesto. En el caso de los migrantes mexicanos, esa experiencia proviene de una larga tradición que tiene sus raíces históricas en el gremialismo, el mutualismo y el civismo, entre otras.

De ahí derivaron las expresiones contemporáneas que allá conocieron en forma de partidos, sindicatos, organizaciones comunitarias y sociales de todo tipo, sin que este linaje haya inhibido la creatividad para inventar nuevos modelos organizativos y formas de lucha, principalmente entre los jóvenes.

Toda esta experiencia organizativa acumulada constituye un valioso patrimonio social, más o menos intangible, de todos los mexicanos. Sin embargo, cuando los mexicanos migran, difícilmente pueden portar esa experiencia a su nuevo hábitat social en EU. Esto se puede observar con claridad al comparar el grado de desarrollo organizativo de la sociedad mexicana en general con el que han alcanzado los migrantes mexicanos en EU.

¿A qué se debe esto? Algunos estudiosos tratan de atribuir este problema a la baja escolaridad promedio del sector migrante; pero es mucho más complicado que eso. Aunque los migrantes llegaran a EU portando intacta esa experiencia mexicana, de poco utilidad les sería puesto que no la podrían calcar en una sociedad con condiciones tan distintas a las de México.

Claro que algo de ella les seguirá siendo útil; pero, en lo fundamental, tienen que reiniciar un nuevo periodo de aprendizaje y de acumulación de experiencia en EU, en plazos mucho menores y en condiciones mucho más adversas. Es en esto, más que en su baja escolaridad, donde habría que buscar las claves para explicar y superar el atraso organizativo de los migrantes mexicanos en EU.

Por eso ayudaría ver la organización como un problema teórico además de uno de carácter práctico. Es en esto donde cabe algo de razón a los activistas empiristas que dicen que “eso es cosa de los intelectuales”. En lo que no tienen razón es en insinuar que la actividad empírica y la intelectual deben avanzar por carriles separados.

Los intelectuales, entendidos como los profesionales que publican textos sobre la organización de los mexicanos en EU desde la academia, tampoco han aportado mucho para mejorar la situación. Ellos generalmente escriben para impresionar a sus colegas y obtener algún reconocimiento académico, no para mostrar algún descubrimiento útil para la práctica organizativa o alimentar alguna reflexión sustanciosa entre los protagonistas de las organizaciones que estudian.

En México este divorcio entre actores y autores no es tan agudo como en EU, pues los intelectuales suelen formar parte de las organizaciones políticas y sociales, se mantiene una tradición de escuelas de formación de cuadros y se cuenta con numerosas publicaciones que difunden artículos de alto valor educativo a las que tiene acceso regular la persona común. Esto crea un ambiente propicio para la formación de otros intelectuales que no proceden de la academia y que están altamente comprometidos con las organizaciones.

En fin, el hecho que me interesaba resaltar es que, aunque los mexicanos en EU pueden exhibir cierto progreso en su organización comunitaria local, todavía no han sido capaces de dar el salto hacia la construcción de sus organizaciones nacionales.

Esto no es atribuible a la falta de convocatorias para integrarlas –pues ya han pasado por varias experiencias fallidas–, tiene que ver más bien con el grado de experiencia organizativa que han acumulado en este país y de su madurez política.

Reconociendo este problema, –que dicen es la mitad de su solución– lo peor sería adoptar el papel de observadores desapasionados, mientras que es obvia la urgencia de reducir este periodo de aprendizaje. Es indispensable impulsar algunas de las instituciones (eventos, publicaciones, escuelas de cuadros y cosas por el estilo) que lo puedan facilitar y que la parte más políticamente activa de los mexicanos en EU haga algunos altos en el camino para reflexionar colectivamente sobre estos asuntos.

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* El autor radica en Chicago desde 1986, es miembro de la Coalición por los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Extranjero, y autor de varios libros y numerosos artículos sobre la vida de los mexicanos en EU. Correo electrónico: mxsinfronteras@gmail.com

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