Con la muerte de Fidel Castro, no sólo habrá que esperar cambios radicales en la Cuba que dejó huérfana el histórico comandante. Las alternativas políticas y de gobierno de izquierda en América Latina en general, a poco de iniciar la tercera década del siglo XXI y en la vorágine de lo que historiadores como Héctor Aguilar Camin ha identificado como una “oleada de cambio mundial”, entrarán también, sin duda, a un replanteamiento de sus propuestas y de formas en las novedosas reglas del juego que se avecinan.

La falta del líder de la revolución del año 59 del siglo XX, o sea, de hace 57 años, los cambios que se irán dando en la isla y en otros países de la región con gobernantes que se dicen inspirados en el régimen castrista y el anquilosamiento de un discurso cada vez más distante de las nuevas generaciones y sus demandas y necesidades, se reflejarán con fuerza, en el caso mexicano, en el desarrollo del proceso electoral que terminará en junio de 2018, cuando se elija al sucesor de Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República.

En el espectro partidista nacional, la izquierda más radical, ortodoxa y pro castrista se identifica con los planteamientos que enarbola Andrés Manuel Lopez Obrador y su partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). La simpatía es mutua. Pero bien cabe la pregunta: pragmático y estratega electoral como también es, ¿López Obrador seguirá por el mismo derrotero?

A querer o no, y precisamente por su cercanía a ese sector de la izquierda, AMLO parece atado, sumiso a los fantasmas de Castro e incluso del venezolano Hugo Chávez. Y los temores que esa izquierda castrochavista provocan en amplios sectores de la población mexicana de todos los sectores sociales, saltan a la vista, son reales.

No se necesitan encuestas. Basta salir a las calles, dejar el escritorio y hacer a un lado la intolerancia del pensamiento único, para darse cuenta que el movimiento antisistema y anti gobierno que si existe en México no pasa por los designios de esa izquierda.

En Morena saben que su organización y trabajo electoral debe concentrarse en ir por los votos de los sectores urbanos, pero es indudable que en las clases medias y entre los 24 millones de jóvenes (los llamados milenials) que pueden decidir la elección presidencial del 18, su discurso y oferta de gobierno puede impactar poco o nada si se mantiene atado a planteamientos tan vulnerables tanto en los medios de comunicación convencionales como en la información -buena, mala, falsa o verdadera- que circula y propaga en las redes sociales.

La izquierda electoral como alternativa de gobierno entrará, pues, a su propio proceso de cambio. La muerte de Castro puede ser el inicio para andar el nuevo camino. ¿Qué tan acelerado? En el caso mexicano, creemos, el tiempo lo marcará el resultado de la elección del 18.

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