Murió como vivió, escribiría y cantaría Silvio Rodríguez. En la gloria de haber vivido y triunfado en la revolución, que él y millones más creyeron verdadera.

Es la gloria de la historia de Fidel Castro, el revolucionario, el líder de una nación y de un pueblo, el icono, verdadero icono del largo periodo de la guerra fría. El único sobreviviente, en todos los sentidos y para todos los pesares, los buenos y los malos.

Partamos y busquemos, pues, entender a Castro un tanto alejados de los buenos y los malos. Ni la apasionada idolatría ni del casi siempre pueril y vil agravio. Inútil tarea, se burlaría sonriente el propio comandante.

Fidel Castro Ruz murió de muerte natural a los 90 años de edad. Si, ahora si ya no estará el barbudo revolucionario de los larguísimos discursos y las encendidas arengas que nunca, jamás, pasaron desapercibidas ni en la isla ni fuera de ella. Siempre ocuparon espacio en la prensa internacional, siempre llegaron al destinatario y siempre encontraron respuesta.

Cayó rendido por los años el viernes por la noche y quién a partir del sábado -o de antes, que no es lo mismo pero es igual- puede restarle o pretender regatearle el mérito a su obra. ¿Dictador? Es una forma muy simple de descalificarlo, cargada de simbolismos anticomunistas más propios de la guerra fría que de una visión y análisis menos ideologizados de lo que fue su régimen político y de gobierno, siempre hostigado por la Casa Blanca y asfixiado por el bloqueo económico que desde Washington se impulsó.

Acosado, aislado y amenazado, incluso militarmente, ¿qué opciones tenía el gobierno de Cuba? Hay que decirlo sin rodeos: sólo el convencimiento, la fuerza y dureza de Fidel y del pueblo cubano en el modelo que se creyeron tras el triunfo de su revolución los hizo sobrevivir, airosos en su orgullo y concepto de nación y de patria.

Ni modo de negar así que del estratega militar y revolucionario no emergió un estadista y diplomático que por una única convicción se alzó triunfante al paso de 10 presidentes estadounidenses, unos más agresivos que otros, pero todos al fin amenazantes.

Más todavía porque sus valores y convicciones fueron hechas suyas por la mayoría de los cubanos, muy a pesar de la disidencia y muy a costo del exilio que desde Miami fue y es torpe políticamente en sus ataques al régimen castrista.

Para la izquierda latinoamericana, en tanto, representada en partidos políticos y en movimientos sociales de liberación, el triunfo de la revolución cubana fue inspirador, motivo y causa, razón y pasión. La gesta que organizó y encabezó Fidel Castro y que tuvo en Ernesto Che Guevara su fuerza aglutinadora e idealista, sin lugar a dudas fue el eje conductor y guardián de las ideas, propuestas y plan de acción de la izquierda de toda la región durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta.

El triunfo de la revolución también fue inspirador de la música y referencia obligada de las nuevas propuestas; igualmente, como se recordó ayer en la inauguración de la Feria Internacional de Libro (FIL) de Guadalajara, fue fuerza motriz del llamado boom de la literatura de América Latina, de tanto peso histórico e influencia en Europa e incluso en Estados Unidos.

¿Que esa misma izquierda luego, ya entrados los noventa, se resquebrajó? ¿Que en el boom literario halló Fidel a algunos de sus más feroces críticos después? Si, fue parte del proceso. Pero atrincherado en la isla, el que si no se resquebrajó fue Castro, siempre apelando a la dureza y valor de los cubanos que no dejaron de creer en su revolución.

Fue con esa fuerza que irrumpió en la historia; fue con esa fuerza protagonista de la guerra fría; fue con esa fuerza que triunfó y vivió en la revolución que se creyó verdadera; fue con esa fuerza que vivió hasta morir, el viernes, de muerte natural.

Y si, murió como vivió. Ya muerto parece que seguirá la ruta de su camino: en Cuba son necios, duros hasta en el llanto por la ausencia del comandante.

Lo leyó usted en primeraplananoticias.mx

Deja un comentario