Muchos se desayunaron con la noticia: Bob Dylan es el nuevo Premio Nobel de Literatura. Una discusión añeja, que hace justicia al que es, por antonomasia, el gran letrista del rock.

A Dylan le alcanza, como nunca, el cliché del hombre adelantado a su tiempo. Sin tapujos. Cuando el rock era sólo diversión (buena diversión), él inventó la canción protesta –en el rock– y lo volvió adulto. Cuando miles de intelectuales y fans más elaborados se plegaron en masa a ese nuevo tipo de música gracias a él, cuando miles coreaban “Los tiempos están cambiando”, Dylan se volvió rockero, enchufó las guitarras, cantó a la sicodelia (“El sol no es amarillo, es pollo”) y dejó atrás la monotonía melódica del folk, y esos mismos fans lo odiaron. No le importó. Dylan rebelándose contra la propia rebelión.

Dylan siempre mantuvo una relación directa con poetas y no solo con músicos. Su nombre artístico –en realidad es el señor Robert Allen Zimmerman– lo tomó del poeta Dylan Thomas. El poeta Allen Ginsberg, ícono cultural de los beatniks y del siglo XX completo, lo trató siempre como un igual. Según la Enciclopedia Británica, Dylan “infundió al rock el intelectualismo de la literatura y poesía clásicas”. Otros lo comparan con Thomas Elliot o John Keats.

De ahí en más fue el modelo de calidad letrística para los músicos. Análogo a otra grande del mundo, Violeta Parra –que obligó a decenas de adolescentes latinoamericanos a tomarse en serio y así hizo fundar varios de los movimientos más prolíficos y trascendentes de la música política–, Dylan enseñó que la música rock no solo tenía que ser letras de amor adolescentes. Cuando los Beatles se quisieron poner serios, miraron a Dylan y lograron ponerse serios. Para que se entienda: Dylan es el equivalente en el rock a Violeta Parra, Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa o Mercedes Sosa en la música de este lado del mundo.

Antes de Dylan el rock era un juego de adultos. Después de Dylan el rock fue un arte con sustancia poética y política. Música para tomarse en serio. Y cuando el rock empezó a tomarse demasiado en serio, ahí llegó Dylan para desbaratarlo de nuevo. Premiar a Dylan es premiar a todos los íconos musicales del rock y el pop del siglo XX. Premiar a Dylan es premiar a Lennon, McCartney, a Janis Joplin, a la dupla Page-Plant, al ícono pop que es Jim Morrison. Es premiar a los Rolling Stones, The Who, King Crimson, Pink Floyd y la Velvet, a Leonard Cohen, Neil Young, Hendrix,  Clapton y tantos otros que aún son el canon absoluto del rock. Y también a Violeta. Y es, en consecuencia, un acto de justicia con la historia del mundo. Premiar a Dylan es premiar la expresión de la poesía moderna por excelencia: la música popular. La mayoría del mundo no lee, pero todos oyen canciones.

Bob Dylan es la banda sonora del siglo XX. Premiar a Dylan, al viejo Dylan, es, paradójicamente, un acto de juventud.

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