Fotos: Estefano Cruz

Perdido entre puestos de verduras, de plásticos y utensilios de limpieza, emerge un local en el mercado Nicolás Bravo que en estas fechas se colma de niños Dios, ajuares para vestirlos y accesorios para adornarlos. La manufactura de estos atuendos tiene nombre y apellido: Esperanza Acosta.

La mujer de 72 años, delgada, de voz dulce y amable, cuenta su historia de los ajuares. Tiene 32 años vendiéndolos en el mercado conocido también como Santo Niño, y desde entonces se surte de ropones y accesorios para ofrecer a los creyentes, la mayoría mujeres, lo necesario para ataviar al niño Jesús.

El Día de la Candelaria está cerca. El 2 de febrero a quien le haya tocado el niñito Dios en la rosca de reyes tendrá que saldar su deuda compartiendo tamales y atole entre familiares y amigos. Todo un festín. En esta celebración se levantará y arrullará al niño Dios, como reza la tradición católica. Los padrinos del niño también deberán dar su parte.

El mercado Nicolás Bravo luce lleno de vida, colores, olores y sabores. Desde hace 49 años resguarda a comerciantes que han pasado su vida ofreciendo productos de primera necesidad a los morelianos. Esperanza Acosta decidió que ella ofertaría niños Dios para que la tradición no muera.

Hay otra tradición que precede a la degustación de los tamales y el atole, que ha sido olvidada por la gran mayoría de personas, la presentación del niño Jesús en la iglesia. Después de su nacimiento el 24 de diciembre, han pasado 40 días, plazo en el que las mujeres tenían que presentar en la iglesia a los recién nacidos, según la Ley de Moisés.

Para las familias católicas ha llegado el momento de levantar al niño del pesebre y llevarlo a la iglesia para que sea presentado y reciba la bendición. Las familias preparan al niño vistiéndolo y adornándolo con accesorios para que esté deslumbrante en su presentación.

Esperanza exhibe su mercancía, en su mayoría son ropones blancos, algunos con detalles dorados y plateados, muchos accesorios simulando el oro. Dice que la gente prefiere vestir al niño de manera tradicional.

Aunque cada fiel decide los atavíos para el niño Dios, según sus gustos y creencias, Esperanza sugiere que se le puede vestir con atuendos blancos, con vestimenta de algún santo, y aunque la iglesia ya no lo apruebe, con los atuendos más extravagantes, vestirlo de doctor o cirujano.

Ella prefiere indumentaria tradicional para no “faltarle al respeto” al niño Dios, vistiéndolo con ropa de personajes famosos o graciosos. “No estoy de acuerdo, porque el niño es el niño y debe haber respeto. Yo pienso que debe ser como nos lo enseñaron a nuestros ancestros”, defiende la comerciante.

Para la mujer esta práctica la llena de recuerdos familiares de alegría y representa momentos de compartir, de bendición y agradecimiento. Pero reconoce, mientras se le dibuja una mirada triste, que cada vez es menos la gente que revive esta costumbre. Lo que se refleja también en sus ventas y la afluencia de clientes en su puesto.

Más allá de la tamaliza y el atole, a Esperanza le gustaría que la gente se una, que las familias se sienten a compartir en un momento de bendiciones y agradecimiento.

“Me gustaría que siguiera todo como antes y que la gente entienda que el niño nos da todo, Dios nuestro Señor nos da todo, hay que pedirle que nos ayude. Que sigan las tradiciones de nuestros ancestros y familiares”, exclama la mujer con una sonrisa.


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