La noche se cierne sobre la zona Lacustre, en Michoacán, y con ella, se aproximan las ánimas de los difuntos, que vienen a reunirse una vez más con sus seres queridos en esta tierra.

Es Noche de Muertos y la tradición, viva y palpable, desborda entre copales y flores, entre flamas de velas y flashes de cámaras, entre risas y rezos, en la región del lago de Pátzcuaro.

Tzurumútaro

“No importa que me dejes en los puritos huesos”, se escucha desde una bocina, en el puesto donde ofrecen cantaritos. Y el olor de las enchiladas mientras se fríen en en el aceite hirviendo inunda el frente del panteón de Tzurumútaro.

No me sonrojo si te digo que te quiero, se oye entre los gritos de unos jóvenes que beben, comen y cantan al amor de una fogata, ajenos al ajetreo para ingresar al camposanto.

Una fila donde es necesario armarse de paciencia y bregar por conservar el espacio indica el acceso. Y apenas cruzado el umbral, las luces de mil y una velas y el aroma delicado de las flores de cempasúchil anuncian la llegada al panteón, tanto a los visitantes como a las ánimas, que acuden puntuales a su cita anual.

El panteón de Tzurumútaro es uno de los más bonitos de la zona Lacustre, aseguran los deudos a los turistas, algunos de los cuales asienten, mientras otros miran con extrañeza al no comprender las palabras.

Entre flores de cempasúchil y velas, Clara sostiene a su pequeño nieto y vela la tumba de su esposo, Alejandro, quien partió en abril de 2008 y desde entonces Clara y su familia acuden año con año para llevarle flores y luces, sin que falten la Coca, que tanto le gustaba, y una cerveza.

“En la casa le ponemos su altar, con dulcitos de azúcar con forma de panes o enchiladas, flores y velas. Aquí en el panteón le hacemos su ofrenda y velamos”, expone Clara.

Parecieran dos celebraciones simultáneas, tan distintas, tan semejantes. La tradición y la modernidad coexisten como lo hacen, por un momento, los vivos y los muertos.

Cuanajo

En Cuanajo, la familia Zirangua aguarda el arribo de Marco, el padre, fallecido este año. Como todos los difuntos correspondientes al último año, será recibido por vez primera en su hogar, desde el panteón.

Griselda Zirangua, hija de Marco, señala que el ceremonial para los fallecidos que por primera vez arriban a sus hogares, se concentra en estos, donde se monta un altar, alimentado por las ofrendas que en canastas llevan las mujeres y sobre caballitos de madera, los varones.

“La tradición es que los días 1 y 2 de noviembre se tienen las ofrendas y los altares que traen los parientes, los compadres y los amigos, frutas, comida tradicional, hasta papel higiénico y jugos”, detalla Griselda.

Foto: ACG/Asaid Castro

En la casa de Marco no se tiene música, porque se tendrá solo para el día 2 de noviembre, pero si el gusto del difunto es que se le recibiera con música, se dispone de la misma.

Arcos y cielos de flores de cempasúchil guían a los difuntos recientes desde el panteón hasta sus hogares, y los fuegos se encienden para que los deudos en vela pasen la fría noche en Cuanajo.

Arocutin

Suena la campana de la iglesia de Santa María Natividad, en Arocutin, a las 03:00 horas, y el tiempo parece detenerse por unos instantes, fino el velo entre los mundos de los vivos y los difuntos.

Ante el templo, correspondiente al siglo XVI, se encuentra el camposanto de Arocutin, municipio de Erongarícuaro, donde las familias han acudido para velar por sus seres queridos ya fallecidos.

“Desde un día antes, nos preparamos, compramos lo que necesitamos y nos ponemos a cocinar y armar los arcos”, explica Concepción Onofre, vecina de Arocutin.

Sentada en una banca y envuelta en cobijas para mitigar el frío de la madrugada, vela por sus tatarabuelitos, abuelito Dimas, qbuelita Ju y Abuelita Chemina.

“Les pusimos su altar en la casa y aquí en el panteón, su ofrenda, con la comida que más les gustaba, su refresquito, frutita, y flores. Los acompañamos hasta que amanezca, cuando podemos”, agrega.

Foto: ACG/Asaid Castro

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