Foto: X @Vive_USA

A quien se le ocurrió la idea de plantar una estatua de Poseidón en las playas de Progreso, Yucatán, tal vez con el propósito de atraer el turismo, nunca se imaginó que la efigie del dios del mar y de los ríos de la mitología griega estaría en el centro de un singular debate con pretensiones culturales, religiosas y hasta ambientales.

La generación de creencias-acciones de la cultura de masas moderna puede llegar a niveles asombrosos con la ayuda de políticos y medios de comunicación. Convertir el “tremendo” caso de la estatua de Poseidón en una de las cuestiones más relevantes de la agenda para ocultar la gravedad del cambio climático y su origen humano, es de pena ajena.

El evento confirma la sentencia de que es mil veces más fácil engañar a las masas que a un individuo, y que no necesariamente donde está el “pueblo” está la verdad, la justicia y la sensatez.

El trivial “debate” acerca de la pertinencia cultural de la dicha estatua en las playas yucatecas, como si de una invasión de otros dioses se tratara, o la claridosa pretensión de que aquella presencia enojaba a los dioses locales, en particular al Dios Maya de la lluvia, Chaac, y por ello la potencia amenazante de huracanes como Alberto y luego Beryl, debe quedar asentada en las crónicas del absurdo.

Aquello ni siquiera fue una discusión enriquecedora y respetuosa acerca de los valores que suponen las culturas que fueron metidas a la arena de los diferendos. Si hubiera sido así algo valioso se habría conocido sobre las cosmogonías de aquellos pueblos y cómo funcionaban sus mitos y rituales para armonizar la relación hombre-naturaleza o para darle orden y sentido a sus sociedades. Nada que ver con la aplicación presentista: traer del pasado dioses y mitos para meterlos a una realidad moderna muy distinta a aquellas.

Anécdotas como la del Poseidón en Yucatán confirman la tesis central de la película Idiocracia (Mike Judge, 2006), quien sostiene que las sociedades del futuro (ya estamos ahí) conocerán el declive con la degradación de su aparato cognitivo y crítico que les impedirá tomar decisiones lógicas y emplear la ciencia y la tecnología de manera asertiva generando así un retroceso civilizatorio.

Para coronar el melodrama, como en una historieta cargada de absurdos, la disquisición fue zanjada con la intervención laica de la autoridad, no podía esperarse menos. Y quién mejor que la autoridad ambiental del país, la que debe preocuparse por la agenda del cambio climático, metiendo en orden a quienes ocasionan delitos ambientales, aunque se trate de uno de los dioses griegos.

El veredicto del poder institucional lo dio, nada más ni nada menos, que la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa). Encontró, lo que nunca pudo encontrar para detener y sancionar el ecocidio del Tren Maya o para frenar el cambio de uso de suelo, que en miles de hectáreas siguen haciendo los aguacateros michoacanos, que el facineroso Poseidón no contaba con autorización de estudios de impacto ambiental.

La solución final ha sido magistral. A una cuestión baladí, a un fantasma construido desde el prejuicio y la ignorancia, se le ha impuesto la legalidad ambiental del Estado mexicano. Ganaron las mayorías que a gritos clamaban la expulsión de Poseidón autor de tormentas y daños. Ganó la “autodeterminación” del territorio de los dioses prehispánicos.

En vista del éxito de este método delirante, que sanciona la ilegalidad ambiental en que incurre un Dios extranjero, me parece sensato que los ambientalistas michoacanos, para que se haga justicia y se frene la destrucción de bosques y el acaparamiento de aguas, elevemos la consistencia de nuestras razones a ese nivel y argumentemos la presencia de Poseidón instigando, alentando y protegiendo a los aguacateros michoacanos, con la finalidad muy real y comprobable de destruir nuestros bosques y auspiciar la confrontación social por el acceso al agua.

El argumento es contundente, las pruebas si las revisa la Profepa encontrará que todas son reales, mil veces más “reales” que las que se pudieron presentar para sacar a Poseidón de las aguas del mar de Yucatán.

La acción ambiental contra Poseidón cumple, siguiendo la ruta simbólica que tanto gusta al sexenio que expira, el propósito de representar en esta metáfora lo que ha sido la política ambiental del gobierno que concluye; la acción contra Poseidón es la acción del gobierno contra el enemigo inventado; es la confirmación de que la realidad de la crisis ambiental del país fue banalizada y ocultada por narrativas fantasmales pero atractivas; inventar fantasmas para derrotarlos con la fuerza del Estado, dejando intactos los problemas verdaderos, fue razón de Estado en este sexenio.

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