Morelia, Michoacán
El rock no habrá muerto mientras haya nuevas generaciones bailando, gritando y disfrutándolo. Más que un género musical, es un estilo de vida. Esto lo saben Luis Pecetti y su banda, los padres, los hermanos y los niños que rockearon este sábado 29 en el jardín del Orquideario.
El trabajo de Pescetti ha transmutado a lo largo de los años y durante esta gira “Luis Pescetti y la Banda”, su propuesta tiene tintes más rockeros, pasando por el country, el blues y la polka. Se presentó acompañado de bateria, bajo y guitarra eléctrica.
Aunque en momentos los adolescentes y adultos parecían más emocionados y bailaban con más energía que los niños, quedó en evidencia que el rock sigue vigente y se canta a gritos, como debe ser. Hasta un perrito ladró con fuerza al ritmo de “no te quedes con las ganas de gritar”.
A lo largo de una hora y media Pescetti tocó algunos de sus éxitos clásicos, como El vampiro negro, La mayonesa, ¡Ay, Lilí!, entremezclados con nuevas canciones, algunas de cuyas letras rebosan ternura, como Manuel va dormido a la escuela o No hay lugar como mamá y otras reflejaban un poco más de rebeldía e ironía, como Tres deseos. Hubiera cantado más, pero los niños ya se estaban derritiendo y los bebés tenían cara de “¿qué estoy haciendo aquí?”
Los changos fue el rolón elegido para abrir el concierto, con un estruendo armónico que estremeció el todavía llamado jardín, aunque el pasto ya fue sustituido por unas piedras que provocaban polvaredas cada que el público se paraba a bailar.
No faltaron los “maltratos” al público y las peticiones de que se los cambiaran por otro. El “público de porquería” celebraba las ocurrencias, que a los niños los llamaran feos y los chistes, que en esta ocasión sólo fueron dos y como siempre, bastante malos, de tan malos que dan risa.
A pesar de que el cantante argentino previno al público y compartió en su cuenta de Facebook una playlist en Spotify con las canciones que quería que ensayaran, no todas ellas se interepretaron y en cambio se tocaron otras y hasta complacencias, y hubo una segunda ayuda: pantallas gigantes que proyectaban la letra de las canciones, para que no faltaran los coros, pues la actuación principal es la del público, dijo Luis. No obstante, no siempre coincidía la letra proyectada con lo que se estaba cantando.
Es lo que pasa cuando se toca en vivo y se interrumpen las canciones para regañar a la gente que sacaba el celular, a los organizadores que movilizaban personas a media función; o cuando hay que detenerse a darle indicaciones a los músicos a media canción o pedir que le suban el volumen al público.
“Sí me gané mi médico”, celebró Luis luego de atajar en el aire un Dr. Simi, por el que regresaría más tarde mientras el público gritaba “otra, otra”, ante su falsa retirada.
Este mismo sábado, otras familias abarrotarían el Colegio de Morelia para ver marionetas interpretando las añejas, racistas y machistas letras de Cri-Cri, en las que puede más la nostalgia por la infancia que la calidad musical o poética, la identidad o la conexión con el público actual y cómo no, si el autor ya no vivió esta era.
Las letras de Pescetti se destacan entre las de otros artistas que cantan a los niños por la inteligencia, el valor literario y el juego, pero sobre todo porque él sí ha entendido lo que muchos otros no: los niños, no por ser pequeños dejan de ser personas racionales, y el arte para niños no tendría que tener objetivos ocultos, como educarlos y darles lecciones de moral, ni hace falta impostar la voz, gritar o hacer gestos y ademanes exagerados. El arte simplemente es eso: arte, contemplación estética, disfrute, catarsis y diversión, broma, risa y gritos. Eso es y nada más.
El show fue impecable, empezó casi puntual, hubo suficientes asientos para todos (y de sobra), aunque algunos reservados para funcionarios y sus familias, o quién sabe para quién, pues no todos se ocuparon. Mucho sol y algunos regalos del bondadoso gobierno de Michoacán: gorras para algunos, pelotas para todos( el regalo favorito de los políticos), minipaletas heladas, vasitos de agua de jamaica y palomitas.
También, pero no para todos, hubo firma de autógrafos y fotografías con el artista que ha acompañado a varias generaciones con su música, juegos, novelas y cuentos, pero esto no se dio a conocer a todos los asistentes y fue mejor aprovechado por funcionarios y sus hijos.
Esto, por supuesto, no se le puede achacar al artista, quien se autonombró “defensor del público” y promovió el desorden al invitar a la audiencia a moverse para no estar bajo los rayos del sol y pidió que no removieran de su lugar a otros. Por eso fue un tanto desconcertante fue que Luis Pescetti dedicara todo su concierto a un solo niño, de nombre Mateo. Por alguna razón, que sólo él -y la Secretaría de Cultura, tal vez-, sabrá. No habrá faltado el niño que se haya preguntado “¿y yo qué?” o al menos “¿quien es Mateo, es su amigo?”
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